
Gracias por el miedo, gracias por el odio, gracias por la
falta de respeto, por la incoherencia, por la negatividad. Gracias por la nada,
gracias por ser nada y ser vacío. Gracias por no tener las agallas de verte a
ti mismo. Gracias por las agallas de verte a ti mismo, y negarte. Gracias por
negarte, por negarme, por negarnos. Gracias por el absurdo, por el elenco que
preparas en el absurdo. Gracias por tragarte tus propias lágrimas convertidas
en excremento. Gracias por cagar lágrimas. Gracias por que el rojo en ti no es
rojo sino marrón. Gracias por no darme las gracias, por escupirme en la cara.
Gracias por no entender, por no querer entender, por querer llevar la contra,
gracias por ser un pusilánime y enseñar a como no serlo. Gracias por la
maestría del absurdo, del absurdo verdadero que no es gracioso sino penoso,
doloroso. Gracias por desbaratar el nudo en la garganta a alaridos, a sollozos,
a gemidos. Gracias por abatir todo lo posible del límite y dejarme sin límites.
Gracias por llevarme al límite y ver que no existe, que no es. Gracias por tu
cara, por tus gestos de piedra, de cristal inmutable, de cristal ahumadísimo de
todo lo guardado, de todo lo temido, que en cada expresión exhalas y que un día
transmutaras. Gracias por el no perdón, por el rencor. Gracias por herirme tan
profundo, tan en el fondo, gracias por sacar a patadas lo restante del dolor.
Gracias por humillarme y hacerme humilde, gracias por odiarme y mostrar la
compasión. Gracias por golpearme y mostrar la paz. Gracias por tu ejemplo que
enseña. Gracias por tu negación que afirma y gracias por tu muerte que muestra
más vida. Gracias por explotar en mi cara, sangrarme, lastimarme y decirme
“esto es lo que he de darte, no hay más”.