Estrellas

31 jul 2022

La herida

 El perro que se lame, se lame la herida, se la rompe. Las pasadas de la lengua, ya áspera de navegar entre el pelo tieso, mugroso. La herida casi sanada solo se asoma en la noche, en el día la luz del sol la esconde, la inhibe. Tímida se esconde, se cierra como vagina afeitada y seca.


El perro lame, ya por hábito, una cicatriz bella, dura como callo. Fue herida que ahora es piel tiesa, reforzada, abultada. Y el perro la lame y la lame, tal vez por cariño al dolor antiguo, recuerdo ardoroso, irritante. La comezón que lame se alivia, y el perro se enfada porque se había acostumbrado al dolor, muerto ahora, entonces se consuela con su propia lengua, rosada, flexible, abrasadora.


La lengua pareciera tener vida propia, independiente. Y el perro negro, siempre negro, acostado, con los ojos abiertos y quietos, inmobil el cabrón, y la lengua viva por sí sola que sale de la trompa y lame, de arriba a abajo, rítmica, lenta. Los belfos húmedos y los bigotes rociados de saliva, la nariz mojada y la lengua entrando y saliendo, suave, animal, casi erótica. Y el perro que parece dormido con los ojos fijos en la pared, con la lengua activa, con las patas bien peinadas, con la herida desaparecida, pasada, ya mero olvidada.


23 jul 2022

En la tierra de Nadie

 En la tierra de Nadie


En la tierra de nadie nadie es jefe.

Está vacía, es un desierto.

Sólo de noche salen a respirar los seres sombríos,

sólo se ven ojos mirando en la oscuridad, basta…


Esta noche es calma, los ojos que ven son quietos, atentos, casi inofensivos,

y las piedras altas, lisas, que casi ni se ven,

como caminar a ciegas, solo siluetas, el piso y el cielo vasto que también es oscuro.

A lo lejos se escucha un mugido, pero es bajo, casi un bostezo,

y el sentido dolor, que ya se convierte en vacío ungido, recuerda que no hay jefe pero sí vida.


En la tierra de nadie todo es dueño de sí mismo, una presencia inmutable, sostenida…

paredes de silencio por doquier y tierra suelta, levemente cálida bajo los pies.

No hay hambre, te alimenta la calma, la lentitud, te alimenta el silencio intacto,

y por debajo de la piel el barro, que también es oscuro y caliente, pero húmedo.


Las criaturas te acompañan, son vigías y te guardan, compañeras, como las plantas que no hablan pero están llenas de vida, y la mirada no falta, no hace falta, no es necesaria.


En la tierra de nadie todos son ciegos menos las mujeres, y las mujeres son criaturas que nacen junto con el sol. En el día ellas siembran y cosechan, y dan de comer a sus hijas que se saben de la tierra, de la tierra de nadie. No se sienten dueñas solo aman, hermosas, trabajadoras, amamantadoras.


Y los hombres son trogloditas perdidos, condenados que en la noche hacen las paces pues son ciegos, arrepentidos, retirados. Algunos redimidos pueden respirar libres en la oscuridad, disfrutar las miradas calmas que acarician sus semblantes, dormir sobre la tierra basta, sin dueño, sentir las piedras, asociarse con el vacío, diluirse y chillar agradecidos, y admirar con el pensamiento, en el silencio, a las mujeres que nacen con el Sol, a sus hijas, a todas ellas que no se sienten dueñas, que aman, que son hermosas, trabajadoras y amamantadoras.


En la tierra de nadie, en la tierra de nadie las criaturas son silenciosas e inofensivas, nadie es dueño de nada, no hay jefe, solo un presencia divina y las mujeres aman y dan vida, y siempre nacen con el Sol para alimentar, y los hombres con suerte viven y siente tan solo por ellas, tan solo gracias a ellas.