Me llamo Simóne, tengo 24 años de edad y radico en Longhorn California. Si escribo en
español es porque mis padres mexicanos me criaron en este idioma y la cantidad
de gente que lo habla y escribe por aquí es incontable. Desde temprana edad me
adentré en contar mis historias, lo que me sucedía en los momentos más inoportunos
y fugaces. Hoy tuvo lugar uno de estos.
Eran las cuatro de la tarde cuando sentí que una llama ardía
en mi pecho, también en la base de la columna y cierta excitación me hacía
andar. Pensamientos de gente que creía haber olvidado rondaban mi cabeza y
sabía que la búsqueda tenía destino.
Tome mi bicicleta y me adentré en las montañas, común en mí,
más no en domingo. Me dirigía a casa de Lorens, antigua compañía de vida, la
cual dejé debido a dinámicas destructivas que nos unían. Algo me decía que
encontrarla resolvería esta excitación mía. Llegue a su lugar y todo estaba tan
distinto, solamente quedaban vestigios de lo que yo conocí como nuestro hogar;
ya no había fuego ahí.
La nostalgia me invadió y no supe cómo reaccionar. La
confusión se hizo presente y aguarde. Un par de horas después Lorens entraba
por la puerta. Con sorpresa e ilusión me veía, en su rostro se leía de revivir
lo nuestro, y en el mío lo mismo, pues espejo al fin.
Comenzamos a charlar y el ardor en mí crecía con el juego de
palabras. La excitación subía contrapuesta a un “no te quiero herir, no quiero
causar daño”. Lorens con ojos de “invítame un café, recordemos lo nuestro” me
hacía darme cuenta de que lo que yo buscaba ahí no era lo que se encontraba.
Tome un respiro y dije “lo siento”, no fue mi intención
remover el pasado, aunque espero haberlo liberado. Con un movimiento sutil, de
mis manos que yacían escondidas tras mi espalda, puse el cuchillo de vuelta en
su funda y dentro de mi pantalón.